Petición de Pre-determinados

A la luz del sol, James parecía choqueante. No me hubiera acostumbrado a su cercanía ni aunque estuviera toda la tarde junto a mí. A pesar del tiempo que llevábamos conociéndonos, seguíamos siendo totalmente diferentes el uno del otro. Él, en sí, enmarcaba a la perfección personificada. Cada detalle de su rostro —de su cuerpo—, había sido delicadamente esculpido por Dios. Tenía que haberle dedicado trabajo para crear a un chico como aquel, más sobraba decir, que fuese justamente como James era. Podría negarlo, pero era la clase de obra maestra que a cualquiera le gustaría observar sin ningún tipo de impedimento. Aunque en mi caso, era una cuestión de orgullo que impedía que lo admitiera, causando—con obvia renuencia de mi parte—, que lo admirara en silencio. Mi propia mirada se desviaba hacia su imponente figura, recorriéndolo con una especie de placer oculto que a veces me daba miedo descifrar, o buscarle una razón. La luz que empezaba a desaparecer, dejando que la oscuridad se instalara poco a poco a nuestro alrededor, lo hacía parecer un ángel vengador, salido del Infierno y dispuesto a consumir cada parte de mi terco orgullo y dejarme totalmente vacía. ¿Cómo era capaz de provocar todo ese tipo de sensaciones en mí? No lo sabía, simplemente sucedía. Como una ola voraz, sedienta de arrasarlo todo a su paso y provocando que cada parte de mí se fragmentara en pedazos.

Era una sensación deliciosa, exquisita e irritante.
Mi propio yo se negaba a aceptarlo. Aunque a la vez, parecía bastante dispuesto a dejarse tragar por la ola. A pesar de todo el caos que predominaba en mi interior, logré evitar el contacto visual mientras colocaba mis leggins en su lugar, cubriéndome las piernas húmedas y dejando que se aferrara a mis muslos con total facilidad, quizá, hasta dando una visión demasiado exacta de como se verían mis piernas sin ningún tramo de delicada ropa que las cubriera. Me sentí momentáneamente insegura de que hacer, luego de haberme vestido, con un frío helado recorriéndome desde la punta de los pies hasta mi cabeza, erizando cada vello de mi cuerpo. Giré la cabeza ligeramente, al escuchar nuevamente la voz de James resonando en mis oídos tal como haría un eco, cosa que hizo que un estremecimiento vibrara por todo mi ser y otro intenso rubor volvió a cubrirme las mejillas al instante en que el viento azotó con fuerza, levantando de por sí cada ramita y hoja anaranjada que habían caído de la copa de los árboles. Entreabrí los labios para responderle, pero lo único que salió de ellos fue un tenue suspiro de admiración, que inmediatamente hizo que mi ceño se frunciera. James, pensé con una molestia creciente, volvía a ser una visión impresionante, capaz de dejarme sin aliento por unos milisegundos, causando que mis pulmones ardieran por el esfuerzo de retener el aire un poco más. Las hojas parecían danzar a su alrededor —o detrás de él, no lograba identificarlo bien—, formando un arco perfecto que lo enmarcaba, dejando que el último rayo de sol se fundiera en sus cabellos de oro fundido y muriendo en él.

—Pensé que podría relajarme aquí, sin nadie que me molestara... —respondí, mi voz sonando repentinamente ronca y con un matiz hastiado. No podía pasar por alto el hecho de que me impresionaba su apariencia, para no decir otras palabras y sólo eso causó que mis entrañas se removieran con incomodidad. Lo que hizo que me volviera de espaldas, para que mis ojos no tuvieran que distraerse con su belleza masculina. Sólo entonces, escuché el eco silencioso de sus pasos amortiguados por la hierba, caminando hacia mí, con aquel andar sensual que tenía, hasta que estuvo a unos cuantos centímetros. Mi corazón se subió a mi garganta y no pude más que notar como los latidos comenzaban a acelerarse con una mezcla furiosa de ansia y miedo. Crucé mis brazos debajo de mis pechos, sintiéndome ligeramente intimidada ante su presencia de niño bueno y jodidamente atractivo. — ¿Qué comes que adivinas? —dije con sarcasmo. —Obviamente, tu presencia no es del todo bienvenida en estos momentos, Graysson. ¿Por qué no te vas a molestar a alguna otra chica que desee tu compañía? Quizás así, puedas encontrarte una noviecita.

Fueron las palabras, más que cualquier otra cosa, que hicieron que una extraña llama de incomodidad volviera a instalarse en mi pecho. Esta vez, era como sí doliera, algo totalmente irrelevante que no tenía una explicación concisa ni mucho menos exacta del por qué eso. Y odié terriblemente aquella sensación. Lo odié a él por aparecerse en ese momento demasiado personal para mí. Deseaba alejarme de todo y se aparecía aquel estúpido caballero con armadura. Y sin duda, sería el momento en el que más había experimentado cosas. Desde el placer fugaz, hasta la incomodidad y el odio instantáneo. Cosas que se mezclaron en una sola y, contra todo sentido común, me hizo desear que estuviera más cerca para poder recostarme contra él. Algo que parecía volverse una necesidad al sentir el entumecimiento de mis piernas a causa del frío. Aunque igualmente, podría ser una excusa más de mi traidor cuerpo, que sólo deseaba un ínfimo contacto con el de él.

—Tal vez, a Stephanie o quizá nuestra querida Juliette. Hasta Jennette estaría dispuesta a hacerte compañía. Sólo lárgate, ¿quieres? —fue la oración que se escapó de mis labios en una especie de quejido ronco al dolor previsible del entumecimiento. Una de mis manos bajo directamente a la parte inferior de mi muslo, donde una picazón comenzó a palpitar allí, dolorosamente.